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Dibujar a la Distancia

Lo que se lee a continuación, lo escribió mi gran amigo Alberto Mendez,  con gran orgullo lo publico,  merece ser leido, para ser escritor…lo primero es escribir.

lectorDibujar a la distancia.

Cómo han llovido letras esta semana, pensaba hoy por la mañana mientras leía el costado de la caja de un cereal que se rehúsa a terminarse, cómo si no hubiera habido suficiente lectura en estos días. Con este pensamiento despertó mi mente cuarenta y cinco minutos después de que despertó mi cuerpo. Uno nunca sabe a dónde le llevará la primera reflexión del día, pues leer no es el hábito que nos hace falta; nos pasamos el día leyendo, lo que nos hace falta es leer algo que nos nutra y con esto no me refiero a la tabla nutrimental de la caja del cereal matutino ni a la promesa de vitaminas y hierro que en una de sus esquinas aparece. Quiero decir, que leer debería ser mucho más que pasear la mirada por un montón de letras que se agolpan formando la interminable cantidad de información que se nos presenta a diario, de las más diversas formas.

Recordé un cuento que leí hace mucho y me prometí recurrir a él por la noche, quería terminar el día tan igual y tan distinto como había comenzado: leyendo.

Pasé la mañana disfrutando esos ratos que hay entre una ocupación y otra en que es posible pensar en uno mismo y trataba de recordar en qué rincón estaría el libro de cuentos que disfrutaría antes de irme a acostar, jugaba con mi mente recreando esa historia que años atrás me había dejado días enteros pensando en ella. ¡Caramba! Cómo es posible que alguien pueda manejar el idioma con la destreza necesaria para hacerme perder la compostura de maneras distintas, antes por haberlo leído ya ahora por querer hacerlo.

La lectura nos transforma, pero también nos transforman nuestros recuerdos, prueba de ello es la manera tan eficiente en la que recuerdo y afán de lectura se mezclaron, no para deshacerse del tráfico que me acompaña al medio día camino a casa, sino para hacer ese trayecto más corto que nunca, pensando:

-¿Era París dónde empezaba aquella historia?

-Seguro era invierno, perfecto recuerdo que estaba nevando.

-¿Aquella mujer de belleza indomable era hindú?

Vamos, ni del hambre me acordé.

No aguanté la tentación y justo terminando la comida me levanté, disculpándome con un pretexto, en busca de aquella lectura perdida. Ya no podía más, tenía que saber por lo menos que la había encontrado. Es un libro de pasta verde, pensé mientras recorría con la vista el lugar donde supuse que estaría. El primer intento por encontrarlo terminó en frustración, no hay muchos lugares donde pueda estar, pensaba mientras abría las puertas de un librero viejo que ha estado en la familia más tiempo que yo, pero que no por eso tiene más derechos, así que si ahí estuviera no podría esconderlo de mi. Cuántos libros viejos ¿Para qué se guardarán tantos? Para un momento como este, me respondí enseguida a modo de reproche, qué sería de mi ahora si ese libro viejo no se hubiera guardado y comprendí que los libros son un archivo de ayuda a la memoria. “No hay que saberlo todo, pero hay que saber dónde buscar” me dijo mi abuelo en una edad en que yo no sabía nada, ahora por lo menos sé dónde buscar, porque a fin de cuentas ahí estaba, apretado entre otros tantos libros a los que ahora les agradezco la compañía que le hicieron estos años a esa pequeña obsesión guardada en lo que, efectivamente, era una pasta verde. Ahora sólo falta que en verdad aquí esté el cuento que busco, pensé mientras hojeaba el libro con la torpeza que patrocina la ansiedad.

¡Por fin! Ahí estaba el cuento que me tuvo toda la mañana divagando, ahí estaba, esperando no sé cuánto tiempo para poder hacer lo que sabe hacer: encender la imaginación.

Resistí la tentación de leer aunque fuera un poco, sabía que si empezaba, tendría que dejar la lectura incompleta y esa no es una opción para este tipo de obsesión, este sería un viaje de una sola jornada. Haberlo encontrado tenía que ser suficiente, así que dejé el libro junto a mi cama prometiéndome que esta vez regresaría temprano a casa.

Las preguntas no me acompañaron de regreso al trabajo porque todas las respuestas ya estaban al alcance de mi mano y la tarde no tuvo esa rara inquietud de la mañana, todo estaba resuelto, sólo hacía falta esperar a que el tiempo hiciera lo suyo para que llegara ese momento que tenía esperando desde que salí de casa en la mañana.

Como suele suceder con las promesas inquebrantables que uno se hace, no me fue posible regresar temprano a casa, siempre existe una labor que no puede esperar a mañana. Ya solo, en la oficina, pensaba que si el destino juega con nosotros hasta en los pequeños detalles, qué no hará con nuestra vida entera, Todo pasa por algo he aprendido a decirme.

Tan pronto cerré la puerta de la oficina, abrí la del carro. Falta poco, pensé mientras encendía el carro, la radio y un cigarro, Sólo me hace falta, antes de llegar a casa, recoger un paquete que me han enviado. –Va a estar en la recepción del hotel- fue la indicación que me dieron.

El camino no fue largo aunque a estas alturas del día, lo único que quería era llegar a casa y cómodamente sentarme a leer, la espera lo único que está logrando es que la recompensa sea más grande -Vengo a recoger un paquete que se encuentra a mi nombre-, dije tras identificarme al encargado de recepción que tomó mis datos y me hizo firmar una bitácora como si me fuera a entregar la evidencia de que en Irak en realidad había armas de destrucción masiva, reí para mi mientras él traía el paquete que le fue encargado. La risa se terminó cuando me entregó el paquete, -Comuníquenme con Bush, porque en serio esta debe ser la evidencia que busca- deduje por el peso de la caja que me entregó.

Después de todo, finalmente voy a casa, finalmente voy a leer el cuento, cada vez falta menos.

Tanta ha sido la espera y me refiero a los años que el libro se quedó en el limbo, que seguro no me guardará rencor si primero abro el paquete, sinceramente quiero abrirlo, quiero saber qué guarda, qué es lo que ha viajado tantos kilómetros para llegar hasta aquí.

No exageré cuando pensé lo de “tantos kilómetros”, hay una torre Eiffel en forma de llavero que no me deja mentir. En qué momento esa pequeña torre Eiffel empezó a ser mía, cuando me la regalaron o cuando la recibí. Hay muchas cosas, hay una promesa cumplida en forma de libro, adentro de esa promesa hay una carta y adentro de esa carta miles de cosas, ahora entiendo por qué pasaba tanto la caja. Mientras leía la carta encontré historia e historias, expectativas, gustos, prisas, gratitud, consejos, cupones, bendiciones y enseñanzas. Me acaban de regalar nuevos recuerdos.

Uno nunca sabe a dónde lo llevará la primera reflexión del día, pensé por la mañana, y la verdad es que uno nunca lo sabe, pero de seguro siempre hace falta leer algo que nos nutra, sin embargo hoy yo si sé a dónde me llevó la última lectura del día, me llevó frente al espejo a descubrir lo imposible, a ver como, con una habilidad impresionante, a tantos kilómetros de distancia, dibujaban en mi cara la mejor sonrisa.

Ah, sí… el libro de pasta verde…

No, hoy no es necesario, hoy ya leí lo que tenía que leer.

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